lunes, 19 de mayo de 2008

Primero la introducción

Tuve que entrar al blog de Curdafloja adonde leí que Aureliano Buendía comentaba “Primero se secó AndaBA, ahora es Curdafloja el desaparecido…”, para darme cuenta del tiempo que hace que no posteo nada. Me urgió colgar algo. Lo primero que se me ocurrió es este relato. Urbano, ultraurbano. A diferencia de otros posts de AndaBA, no se refiere a un lugar de Buenos Aires en particular sino tal vez a muchos.
Las fotos de la serie “Atardecer en Recoleta”, de Olivier Ubertalli, se llevan bien con la historia. Y son hermosas. Para verlas hace click acá.

La caja en el balcón
Miércoles 12 de marzo
El día amaneció plomizo y fresco. Eran las 9 y él todavía no había salido al balcón. La luz de un velador quedó encendida toda la noche. No bajó la persiana. Ahora las cortinas están corridas y no se puede ver la bicicleta fija colocada junto al ventanal, de manera tal que, al estar montado en ella, se tiene una vista directa a la galería y a la calle.
Afuera, hay plantas bien cuidadas y una caja de cartón corrugado, con agujeros, dos circulares en un lateral, y otro más largo que ancho en el frente, lo suficientemente grande para meter los dedos y alzar la caja. Desde allí se ve el supermercado, la construcción del edifico de estacionamiento en el predio que correspondía a lo que era un petit hotel, a más edificios. Están además los encargados, los paseadores de perros y algunos transeúntes. A esta hora de la mañana los ruidos son sólo los de los changuitos que se entrechocan cuando los empleados los acomodan para ponerlos a disposición del público en la entrada. Se escuchan también unos pocos autos y los colectivos de las dos líneas que circulan por la calle.
La persiana junto al balcón estaba baja y se levantó. Las cortinas se corrieron. La luz de la habitación está apagada. El hombre estará tal vez en penumbras o en algún otro cuarto.

Jueves 13 de marzo
El sol brilla en los vidrios de las ventanas de los edificios de enfrente y él fuma afuera. Una mano sostiene el cigarrillo, la otra está apoyada en la baranda. Mira en dirección a la calle. Tiene una panza saliente y compacta. La actitud es la de quien se toma unos minutos para respirar, pero hay algo en la escena que desentona con esta posibilidad. La tensión en el brazo apoyado. La mirada imperturbable frente a los ruidos del tránsito y los ladridos de los perros que los paseadores pasan a buscar a la mañana. Son las diez y él está en bermudas caqui y remera uno o dos talles más grande. Tiene poco más de cuarenta años, el cutis blanco y mucho pelo, negro y crespo. Ahora está despeinado.

Viernes 14 de marzo
Hay visitas en el departamento. Él conversa con una mujer. Lleva puesto un pantalón de jogging de color beige y un buzo azul, otra vez demasiado grande. Ella es rubia, de cabello ondulado, y tiene puesto un jean y una remera de hilo blanca. Es mayor que él, más baja y muy delgada. Podría ser su madre. Él, recostado sobre el ventanal, la mira mientras ella, de perfil, se agacha de manera intermitente y toca las plantas, corre de lugar las macetas, retira hojas secas, remueve la tierra. Al cabo de un rato entran al living.

Sábado 15 de marzo
Con el pie derecho se rasca la pantorilla de la pierna izquierda. Hoy tiene un short negro con tres rayas blancas a cada lado, como los de futbolista, y una remera blanca, arrugada. Está recostado en la puerta entreabierta del ventanal y mira la caja como si adentro hubiera algo digno de mirar. Inclina la cabeza y observa el interior fijamente durante varios minutos.
Entra y vuelve a salir al rato con un cigarrillo en la mano. Fuma apoyado en la baranda. A diferencia del resto de la semana, son casi las 11 pero no hay ruidos ni gente en la calle y apenas un poco de tránsito. Pita y larga bocanadas grandes de humo cada pocos segundos. No tiene apuro. Ni calma.

Domingo 16 de marzo
Hoy no está. Sí otra mujer, parecida a rubia que podría haber sido su madre; tal vez es la misma. Ésta tiene el cabello rubio oscuro y un brushing hecho. Está vestida de negro, lleva puestos un pantalón y una campera de hilo. Usa anteojos de marco grueso y oscuro. Tiene un pañuelo anudado en el cuello de colores anaranjados. Con las manos entrecruzadas, está reclinada. Mira la calle. Luego retrocede y fija la mirada en el interior de la caja de cartón. Él no sale aún. Seguro no lo hará en todo el día.

Lunes 17 de marzo
A la mañana no se asomó. A la tarde, alrededor de las 7, me crucé con él camino al gimnasio, en la avenida Santa Fe. Vestido con jeans y zapatillas, caminaba como de paseo, pero sin prestar atención a la gente ni al rumbo. Además de blanca, tiene la cara inflamada y tensa, los ojos saltones y el pelo tan largo que da la impresión de estar desaliñado. Andaba con las manos en los bolsillos de una campera, y desentonaba con el resto de los transeúntes, a quiénes podía adivinárseles un objetivo en su andar: el regreso a casa después del día de trabajo, un encuentro con amigos en un café, las compras del día. Él caminaba sin ver.

Martes 18 de marzo
Una vez más la persiana del living está alzada, la luz quedó encendida toda la noche. La persiana de la habitación contigua está también abierta pero allí la luz está apagada. Se ven sólo las cortinas de muselina de color grisáceo.
Sale recién cerca del mediodía. Está vestido con un bermudas a cuadros y una remera azul cobalto, algo desteñida y sin planchar. Cruza los brazos sobre el pecho y se para a medio metro de distancia de la baranda. Tiene las piernas ligeramente entreabiertas. Mira la calle. De repente levanta la vista y la dirige hacia mi balcón – que está en un tercer piso – y mira directamente hacia mí; yo lo observo desde el mío. Nos miramos durante dos o tres segundos. Bajo los ojos rápidamente y sigo acomodando la ropa en el tender. Intuyo que su mirada sigue clavada en mí, como cuando mira el interior de la caja de cartón.

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