miércoles, 9 de enero de 2008

Recoleta by Tina

Dos veces hicimos el intento de ir a la Recoleta a sacar fotos para este post, pero el verano porteño nos agobió. No tenemos intención de poner a prueba dichos. La tercera no es siempre la vencida y el artículo va igual, sin fotos, hasta que el cielo y la tierra (y la sensación térmica) nos sean menos adversos.

La Recoleta: Entre el cielo y la tierra

Cada barrio debe su nombre a algo, como cada uno a sus padres. Así, por ejemplo, San Telmo proviene de su Iglesia y La Boca de ser la boca del riachuelo. En el caso del barrio de la Recoleta, sus padres indiscutidos son los monjes recoletos. El antiguo monasterio que hoy es parte del Buenos Aires Design albergó en su momento a estos humildes religiosos, parientes cercanos de la orden de San Francisco. Su misión, al igual que la de él, contemplaba una vida alejada de las tentaciones terrenales. La razón de que se asentaran allí es que originalmente no había nada. Cabe recordar que Buenos Aires nació en el sur y que sólo dio sus primeros pasos en la zona de Retiro y en Recoleta de la mano de los monjes.

Ninguno de ellos hubiera imaginado ni en la peor de sus pesadillas materialistas que su entorno se transformaría en el escenario de un vivo comercio y un cementerio boutique. Los monjes se levantarían de sus tumbas, incrédulos, para comprobar la ineficacia de su filosofía del despojo. Claro que a tal efecto podrían tranquilamente reubicarse al sur de la ciudad para terminar de cerrar el círculo de su escaso presupuesto. Lo cierto es que hacia 1822 el camposanto y huerta de los monjes se transformó bajo el gobierno de Bernardino Rivadavia en cementerio público. Así, los religiosos tuvieron que llevar sus prácticas espirituales y hortalizas a otras tierras, cultivando el barrio, en lo sucesivo, las más altas aspiraciones oligárquicas. Desde 1881, con el nombre de Alvear bajo su ala la rueda de la fortuna y la opulencia se debate entre el cielo y la tierra. Allí yacen ahora los restos de los personajes más importantes de nuestra historia: presidentes, ministros, escritores y gente de mundo. Además, se encuentra la cripta familiar de Evita a quienes fieles e infieles también (no todos la querían) visitan asiduamente. Todos los días, grandes buses cargados de turistas con el frenesí cuasi religioso de "cosas que hay que ver en la ciudad" se agolpan frente a la tumba de los Duarte. Y, no hay más que comprobar el número de feligreses que poseen los musicales pues si alguien hizo famosa a Eva, tal vez, sea Andrew Lloyd Weber. Sin embargo, junto a su fama yacen otros personajes que aunque inadvertidos para el gran público contribuyen a la mitología de la gran necrópolis. Tal es el caso del señor Aiello. Cuenta la leyenda que siendo cuidador del cementerio fue labrando, de a poco, la fantasía de construir allí su propia tumba. Ahorró el dinero suficiente, partió a Génova para crear un altorrelieve que lo mostrara con sus herramientas de trabajo y regresó con su sueño por cumplirse. Pero, no pudiendo aguardar estrenar la obra una vez la hubo colocado en su sitio, resolvió suicidarse con el fin de hacerlo. Y, sí, al final, la vida no le dio la fama pero se la dio su muerte. Como esta, hay incontables historias que se ciernen sobre mármol esculpido embrujando a los paseantes que se acercan, distraídos, a matar el tiempo.

Pero para terminar de matarlo del todo, nada mejor que una pasada por el gigantesco shopping de los cines Village justo a la salida del cementerio. El olor a pochoclo mezclado con las cervezas de los turistas en los bares recrea una película que nada tiene que ver con la anterior. Entonces, el exceso se viste de pasatiempo y de frivolidad bien de cara a la filosofía contemporánea. Si los monjes vivieran... se matarían. Y eso que todavía no se pasó por la Avenida Alvear adonde se pavonean los locales internacionales más exclusivos codeándose con el fastuoso Alvear Palace. Si la Recoleta tiene a sus padres, los monjes, también tiene a su padrino: Torcuato de Alvear. No cabe la menor duda de porqué todo lleva su nombre y, hasta resulta extraño que el café más famoso se llame "La Biela". Siendo él el primer intendente de Buenos Aires, le dio a La Recoleta sus ínfulas francesas, al abrir sus avenidas y coronarlas de bellísimos árboles. Si Buenos Aires responde en algún sentido a ser la "Paris de Sudamérica", ello se debe a la existencia de este barrio.

Así es como la Recoleta tuvo un corazón devoto originalmente pero fue desplegando una segunda piel que se reparte entre los tapados de las señoras de alta sociedad. Estas salen a tomar café todos los días mientras los paseadores de perros sacan a sus mascotas que se apostan frente a la placita del cementerio. Allí intentan descansar (el tráfico de gente es impresionante) "quienes nos precedieron en el camino de la vida" como reza un cartel afuera. Hombres, mujeres, trabajadores fantasiosos, llenan la tierra que antes labraran los monjes invocando a Dios en sus plegarias. Algunas hierbas se cuelan por entre las tumbas, pero la espiritualidad de los monjes en la Recoleta no es lo que más dio frutos.

Por Agustina Cardoni

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tina,buena mezcla de historia,sagacidad y cultura.me encantó.

Anónimo dijo...

Me encanto la nota. No puedo esperar a la próxima.

Anónimo dijo...

Inteligente y agudo. Q buenas las cronicas de la ciudad. Super chevere!

Vero dijo...

Me mude hace muuuuy poquito por recoleta... ya que estamos les consulto: Algun buen delivery de pastas por la zona como para recomendarme?