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lunes, 22 de octubre de 2007

El Pasaje Barolo


Si queremos entender una nación por medio del arte, remitámonos a su arquitectura o a su música. Oscar Wilde


La historia de la ciudad de arriba no comenzó en Buenos Aires sino hasta la última década del siglo XIX (Ver Pasajes de Buenos Aires o el otro cielo). Según el censo municipal de 1904, en la ciudad había 60 casas de 4 pisos, 40 casas de 5 y 38 casas de 6. En 1909, los edificios altos se habían duplicado.

El pasaje Barolo, que comunica la Avenida de Mayo con la calle H. Irigoyen, no es el más antiguo pero como la predilección errabunda y el simple antojo son principios de este blog, empezaré por el palacio Barolo que da nombre a la galería. La expansión de la economía y de la industria de la construcción argentina de finales de los años veinte resultó en edificaciones en altura que comenzaron a construirse en la ciudad. Entre ellas, el Pasaje Barolo, del arquitecto italiano Mario Palanti, es un ejemplo emblemático.

El Barolo fue, entre otras cosas, resultado de una mega operación inmobiliaria de pisos de oficina sobre la avenida más importante de la metrópoli a principios del XX, dado el alto rendimiento de la renta inmobiliaria en una ciudad en expansión como era Buenos Aires entonces. Materializó además la voluntad de autoexaltación del inmigrante Luis Barolo, un poderoso empresario textil, que pudo de verdad “hacer la América” en la próspera Argentina de fin del siglo XIX y quiso trascender a través de la construcción de un edificio monumental. La obra obtuvo en su época la excepción de las reglamentaciones particulares de la avenida, lo que permitió una altura que triplicaba la permitida para el lugar. Inaugurado en 1923, fue hasta la construcción del Kavanagh en 1935, el edificio más alto de Buenos Aires.

Con 100 metros de altura, los 20 pisos estaban destinados exclusivamente a oficinas, mientras que el pasaje, a nivel de la calle, era atravesado por una galería comercial.

No me propongo describir el pasaje en términos objetivos porque como con Zemrude, con la apariencia del pasaje Barolo, sucede también que depende de quien lo mire.
La entrada es libre y gratuita. Subir al faro, no. Si la entrada al paraíso está custodiada por San Pedro, el acceso al faro del edifico que posee referencias a la Divina Comedia de Dante Alighieri, está arancelado. Sale AR$15. Hay que llamar a Miqueas Thärigen al teléfono celular 1550279035 o escribir a miqueast@yahoo.com.ar. Miqueas está allí sólo los lunes y jueves, de 14 a 19. Además de los $15, el “ascenso” tiene sus bemoles. Miqueas padece del mal de la apologética secular. Insiste en explicar todo el edificio en diálogo con la obra del Dante hasta el extremo de dar muestras de ser una prometedora versión vernácula de James Redfield. Culmina la visita guiada diciendo que el edificio está ubicado en Avenida de Mayo al 1300. “El Dante escribió la Divina Comedia en el 1300”, dice. Revelador. Pero, como San Pedro, él tiene la llave. Y desde el faro, hay una vista maravillosa en altura de la ciudad y hasta de la costa uruguaya y Colonia si el día está diáfano.

Dirección: Avenida de Mayo 1370
Subte: Línea A , Estación Saenz Peña.

lunes, 1 de octubre de 2007

Pasajes de Buenos Aires o el otro cielo

La apariencia de Zemrude es según el ánimo de quien la mire. La ciudad que describe Italo Calvino en Las ciudades invisibles, es también Buenos Aires.
Si pasas silbando, la nariz cerniéndose al compás del silbido, la conocerás de abajo arriba: antepechos, cortinas que se agitan, surtidores. Si caminas con el mentón apoyado en el pecho, las uñas clavadas en las palmas, tus miradas quedarán atrapadas al ras del suelo, en el agua que corre al borde de la calzada, las alcantarillas, las raspas de pescado, los papeles sucios. En Zemrude todos hablan del recuerdo de la ciudad de arriba porque llega el día en que la mirada se hunde sin remedio en el pavimento.
Está bueno desanudarse de la Buenos Aires de zócalo, desatar los ojos del cordón de la calle, recorrer algunas galerías y mirar para arriba ese otro cielo, tan cierto como la ciudad de abajo. Porque son un atajo para ganar tiempo, y también porque son un atajo que rompe con el devenir de afuera. Es así que a mí, me sorprenden con un cambio de humor, tan inmediato como desapercibido resulta el límite entre un plano y otro, tan efímero como los segundos que tardo en transitar el pasaje. Afuera queda el sol o la lluvia, el frío, el viento y ahora la nieve…También los bocinazos de los autos y el ruido de los caños de escape de los colectivos.
Si solo existe el presente, vale la pena refrescar el recuerdo de la ciudad de arriba para que vuelva a existir.

Cliqueá en cada uno para leer la reseña:
-Pasaje Barolo
-Pasaje Güemes
-Pasaje Roverano