Mucho se dice sobre la influencia de los italianos en Argentina. La comida, los rituales familiares, la forma de manejar caótica y también – investigación mediante – el acento napolitano en Buenos Aires. Además, si bien los primeros pobladores europeos en Argentina fueron españoles, la oleada inmigratoria fuerte a principios del siglo XX consistió en un 50 por ciento de italianos. Los ibéricos, por entonces, representaron tan sólo un tercio del total. Números aparte, la idiosincrasia nacional descansa – o se agita más bien – en el inconfundible espíritu italiano. La viveza criolla, tal vez, no sea más que un débil reflejo del auténtico “fare il furbo” italiano. Y, ni hablar cuando se trata del fulbo. Entonces sí, además de avivados somos todos fanáticos.
Hay un barrio al sur de la ciudad porteña que tiene ese típico gesto tano y no sólo por la ropa que cuelga teatralmente de las ventanas de sus conventillos. La Boca del Riachuelo es una sucursal italiana. Su historia de primer puerto bonaerense con sus míticas casitas pintadas de colores dibuja un cuadro que la mayoría desconoce. Siendo el lugar adonde arribaron los primeros italianos en busca de trabajo y un nuevo horizonte, pronto se quisieron apropiar de él. Rumores cuentan que hacia 1870, debido a un conflicto laboral, los extremistas genoveses quisieron formar una República independiente tomando como modelo a San Marino. Claro que la boca del riacho no tenía las características necesarias para convertirse en República. Al menos, así lo creyeron Julio A. Roca – el presidente en su momento – y el rey de Italia. Como siempre, los tanos se fueron de boca.
Mucho se habla sobre el crisol de razas que conforma nuestra nación. A los argentinos nos encanta denotar orígenes multifacéticos. Así es que se reconoce a España como la "madre patria". Pero, la mamma, la que todos tienen en casa y cuya comida no se olvida nunca, es italiana.
Por Agustina Cardoni
1 comentario:
¿Ya no se habla de mí?
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